LO INEXORABLE

Alcarrás

Carla Simón

España 2022

Resulta curioso que uno de los datos que más se menciona al hilo del estreno de la película Alcarrás, segundo largo de la cineasta Carla Simón, sea el efímero hecho de que se hayan abierto más de cuarenta salas de cine, que estaban inactivas, en las localidades de Lleida y Tarragona, con el fin de visionar la película ambientada en diversas localidades de la primera de ellas.

Malhadadamente, España no cuenta con políticas de protección del cine autóctono, como sí las hay en Francia desde hace décadas con la existencia de Unifrance, asociación para la promoción del cine y del audiovisual francés a nivel internacional, auspiciada por el CNC, centro nacional del cine y de la imagen animada o, de organizaciones como German Films en Alemania, o la Giornata Mondiale del Cinema Italiano, nacidas a semejanza de la primera.  

Alcarrás arranca con una grúa levantando un coche desvencijado en mitad de unas tierras de cultivo, particular campo de juegos de unos niños, que presencian, sin saberlo, los albores de un cambio de tercio que dará al traste con el modus vivendi de sus familias: la agricultura al modo tradicional.

A lo largo de la película los espectadores serán testigos de cómo este hecho afectará a las cuatro generaciones de una familia y los diferentes modos de encarar la tragedia: desde aquellos que buscan aferrarse a su modo de vida ancestral hasta los que deciden que deben buscar otra alternativa más rentable para sacar partido a las tierras.

Inteligentemente, el filme se aleja de maniqueísmos fácilmente desmontables para mostrar, con innegable tino de orfebrería en el guion, firmado por la propia Simón y Arnau Vilaró, diferentes capas que se van desenvolviendo en un hilo de intriga que desvela otras tantas historias: desde el pasado del abuelo hasta los anhelos de los adolescentes o la obstinación del padre. Protagonistas de sus propios pequeños dramas e inmersos en una historia de decisiones políticas, sociales y coyunturales que los fagocitan, los actores naturales abren, como si fueran ostras, las valvas de sus conchas mostrando en pequeñas escenas cotidianas, miniaturas vitales, la prístina pureza de las nacaradas perlas de sus personalidades.

Carla Simón explica su decisión de contar con este elenco, ya que, habitante ella misma de la comarca de La Garrotxa en Girona, sabe que un actor difícilmente sabría cómo cortar un melocotón de un árbol. Lo milagroso del asunto es que ha logrado ensamblar una familia creíble haciendo que el grupo de agricultores acudiera por turnos a una masía durante varios meses y, recreara las escenas, en función del tiempo libre que les dejaban sus tareas del campo. La iluminación, particularmente complicada, que juega con el calor achicharrante del sol y la penumbra, así como las músicas tradicionales elegidas, serán elementos que contribuirán a que una innegable melancolía, cuyo contrapunto serán dos acertados bofetones de la madre a dos miembros de la familia, se adueñe de cada rincón. Una luz vespertina que agoniza, ejemplifica el crepúsculo de un mundo: el del campo, el del código de la palabra dada, que se extingue a ojos vistas.

Serán de nuevo los niños los que demostrarán, con un pragmatismo del que los adultos carecen, que es posible encontrar una solución a su Arcadia desaparecida, cosa que los mayores son incapaces de hacer en todo el metraje de la película.

Y es que, además, el acierto de la directora es demostrar que en esta fábula no hay una sola tesis, aunque sí un maltrecho hatajo de perdedores cuya grandeza estriba en contemplar perplejos como al final, de nuevo la grúa impertérrita, se deleita morosa en el arranque de cuajo de los frutales. Esperemos arrancar del ámbito de lo inexorable, no solo la situación del campo, sino la de las salas de cine varadas en los surcos del barbecho de la indiferencia.

PARIÓ LA LOBA

Cinco lobitos

Alauda Ruíz de Azúa

España 2022

Para algunas madres dar el pecho es cuasi orgásmico. A otras les basta oír el tono del llanto de su retoño para saber qué es lo que no anda bien. Las hay que compaginan una deseada maternidad con trabajos y ascensos y concilian su realidad con la de su pareja que colabora sin descanso con el bienestar de criatura y mamá. Los momentos de pareja y el disfrute y retoce de ambos cónyuges corre parejo con el calendario de vacunas y la retirada paulatina del chupete, si es que se ha optado por semejante artilugio, tan pasado de moda, y no en exceso recomendable.

Menos mal que la cineasta vizcaína Alauda Ruíz de Azúa se las apaña en su ópera prima Cinco lobitos para mostrar un cuento más cercano, y no tan idílico, al descrito en este previo primer párrafo. Y lo hace sin ahorrarse un drama sordo que es el que, casi sin duda, aqueja a toda madre primeriza y, que, sin embargo, continúa estando silenciado por un barniz de tabú paternalista, y maternalista.  Una concepción cercana a la concebida por Maggie Gyllenhaal en La hija oscura (2021), basada en la novela de Elena Ferrante, citada por la propia Ruíz de Azúa como referente, narrada desde el punto de vista retrospectivo de una profesora universitaria que decidió tomar una serie de decisiones tras una precoz maternidad de dos hijas y la propia inmadurez de una pareja que también quería proseguir su propia carrera como investigador.

En Cinco lobitos, Amaia (Laia Costa), traductora esforzada, expatriada a Madrid, le va bien con su novio Javi (Mikel Bustamante), operario eléctrico de cinematografía. Ambos esperan con ilusión la llegada de su bebita. Pero cuando esta llega, la teta se llena de grietas, los llantos son inacabables y el teletrabajo se convierte en entelequia. Javi debe marcharse en pos de un trabajo que no puede rechazar.

Afortunadamente los padres de Amaia (Susi Sánchez y Ramón Barea), se trasladan para ayudarla viajando desde el pueblo costero del País Vasco en el que residen. Dado que Javi está ausente, finalmente Amaia decidirá volver temporalmente al lugar de su infancia.

Cinco lobitos es una película de realidades como puños que retrata una familia cuya idiosincrasia es muy cercana a la directora, de origen vizcaíno, que ha sido madre recientemente, y cuyo guion se desarrolla en distintas capas que se dejan, en algunos casos, deliberada e inteligentemente difuminadas. Para que el espectador las rellene.

Amaia verá a sus padres desde un punto de vista diferente al de cuando vivía con ellos y su personalidad, un tanto inmadura en origen, irá creciendo, de manera que los roles se subviertan dejando de manifiesto otro de los inevitables cometidos de muchas mujeres convertidas indefectiblemente en cuidadoras de otros. También se verá obligada a pensar en su relación con Javi, que aunque puede que quiera asumir responsabilidades paterno filiales, medio huye de estas.

Susi Sánchez, en un papel de mujer seca y aparentemente despegada, que podría bien ser otra cara del portarretratos de aquel otro papel de madre que interpretó en La enfermedad del domingo (2018) de Ramón Salazar, no será complaciente con Amaia, pero a su vez mostrará, gracias al humor que rezuma todo el guion, que se puede sentir cariño con más acíbar que almíbar y en el fondo, ser capaz de componer un personaje que destile mucha más verdad. Como imagen imborrable el plano de ella en silla de ruedas y el del carrito del bebé en paralelo mostrando una realidad, que recuerda al cuadro Las Edades y la Muerte del pintor renacentista Hans Baldung Grien.

Quizá no fuera del todo necesario el excesivo abrochamiento del giro final del guion para dar cuenta de estas luces y sombras que palpitan en el corazón y la retina de Laia, pero desde luego su historia debería ser de obligado visionado para abrir los ojos de cualquier mujer, aunque no sea madre.

Una bicicleta, un perro, una carta y un corte de pelo

Érase una vez en Euskadi

Manu Gómez, España, 2021

Euskadi, 1985. Los niños Marcos, Toni, Paquito y José Antonio, juegan en la calle, interpretados respectivamente por Asier Flores, Aitor Calderón, Miguel Rivera y Hugo García. Son maquetos, hijos de familias andaluzas que emigraron en masa en los años 60 y 70 al País Vasco con motivo de la enorme industrialización de esa región, en busca de un futuro mejor.

Maqueto es un término despectivo que recibían estos emigrantes que no hablaban euskera.

Manu Gómez dirige su primer largo con aroma autobiográfico, reivindicando que la verdadera patria es la infancia, y que la mayor aspiración de las familias protagonistas en aquellos momentos consistía en llegar a fin de mes e irse de vacaciones. Eran los años de Indurain, del punk, de la ETA, de las drogas y del SIDA. Gómez descubre 35 años después que tuvo una infancia especial por las particularidades que marcaron a quienes crecieron en aquel entorno, aunque sobre todo quiere hablar de la capacidad de vivir el momento que se tiene cuando se es niño, añadiendo la precariedad laboral de aquellos años. Realiza con este film un homenaje a la amistad y a los sueños rotos de aquella época, “de unos niños que realmente solo tenían la necesidad imperiosa de ser felices, ya que ser niños consiste en eso”.

Una manifestación recorre las calles de un pequeño pueblo industrial vasco al grito de “Presoak kalera, amnistía osoa (Presos a la calle, amnistía total)”. Los niños recogen las pelotas de goma que lanzan los ertzaintzas tras la manifestación. Y las comparan con las que lanzan otro tipo de fuerzas del estado, que son más duras, “estas botan más, al fin y al cabo, los ertzaintzas, son vascos y disparan contra otros vascos”, justifica uno de los niños.

Gómez narra la historia siguiendo a cada niño, y a todos cuando están juntos. Para la mayoría es su primer largo, aunque no lo parezca. La cámara les sigue con una distancia respetuosa, especialmente cuando están con sus padres que pasan inmediatamente al primer plano. Actores experimentados cuya única pega es el acento granadino forzado que utilizan. No necesitamos conocer más de estos personajes, este es un retrato de ese momento concreto de sus vidas, del final de curso y del inicio de las vacaciones.

La nostalgia que tanto espacio ocupa en el cine y en la televisión últimamente, se ve muy bien reflejada en la ambientación y la estética de este film, las comidas, las bicicletas, los cortes de pelo, la ropa, y los temas de conversación, el suegro, y los amigos incómodos.

La música es un protagonista más, empieza con la alegría de “What a wonderful world” de Los Ramones y termina con “La cuenta atrás”, de Los Enemigos. Gómez nos ha devuelto a la niñez, aunque nos deja con un sabor amargo, como el del final de las vacaciones.

Hola chaval
Prepárate para dejar de jugar
1, 2, 3, ya!
Ahora la carrera es de verdad…

… ¿Por qué has tenido que crecer?
¡Maldita la hora!

Pilar Oncina

BLABLABLA

Fantasías de un escritor

Arnaud Desplechin

Francia 2021

Las mujeres solo pueden perdonar a un actor como Denis Podalydès que se erija en sátiro picassiano metiéndose en la piel del novelista judío, objeto de la mitología interna del director Arnaud Desplechin: Philip Roth. Toda otra veleidad sería convenientemente despellejada por parte de una audiencia muy sensibilizada a estas alturas.

Podalydès/Philip se dedica a imprecar a la siempre musa Léa Seydoux. Sólo ante esa cadencia de voz se podría sucumbir. Cualquier otra elección probablemente sería tomada como un insulto.

Pero en Tromperie, que en su traducción española correspondería a «engaño», ¡buen título!, ¡lástima que no se haya respetado!, de Arnaud Desplechin, se acepta todo. Por culpa de él, el actor, su dicción, su entonación y su verborrea sin freno, se perdonan machismos y auténticas inconveniencias. Las dos primeras son achacables al actor, la tercera a Roth, el autor idolatrado por Desplechin.

También es difícil no sentirse hipnotizado por Seydoux y su diastema, que mantiene al respetable prendido de sus dientes y la elipsis entre ambos paletos, o sea incisivos. Dientes de mentirosa, decían las madres, y por eso sucumbimos a una seducción que hace de la manumisión bandera.

La película en sí se divide en capítulos, y cada capítulo se basa en diversas disquisiciones sobre el adulterio o su literatura. Y aunque son inevitables las referencias a Bergman y sus secretos, los suecos y sus matrimonios en los que, dejando aparte esas horribles referencias últimas en Instagram, acerca de que comen solos sin incluir a los invitados, rollo escandinavo malo, poco ergonómico, no se sabe qué pinta la invención de Ikea si se iba a ser tan poco hospitalario.

Es imposible no estar pendiente del despliegue de un diálogo brillante e ingenioso que resuena en el más liviano de sus ecos, e incluso interesa si se es amante de la facundia que puebla todo el metraje. Secretos de matrimonio, sería secretos de adulterio. Y es bueno, si se quiere, profundizar en ello, aunque vaya en detrimento de una puesta en escena más dinámica que podría mostrarse utilizando un lenguaje más visual. Para eso está el soporte cinematográfico, quizá.

Pero hay algo que no va. A lo mejor, que de pronto Seydoux dice, al ser interpelada por el autor para que elija un personaje de su elección, que se decanta por Homero, el autor griego de desconocida historia que algunos investigadores sugieren que, en realidad, es identidad tras la cual habría varios creadores, en lugar de cualquiera de sus personajes.

Seydoux, innominada como el resto de mujeres de la película, recuerda inevitablemente a aquella Lolita de Nabokov llorando en la habitación del hotel según era «voluntariamente» seducida.

En otro momento, tanto el autor como su mujer hacen referencia a Rosalie, otra de las supuestas amantes, aquejada de un cáncer y deudora de las comunicaciones telefónicas de Philip, o, de otra tercera amante, autora checa, esposa de un amigo del autor.

De ahí que la roba-planos Emmanuelle Devos, en el papel de esposa sufridora del literario y eximio fauno, exija al macho alfa cumplida explicación de algo que no se sabe si es ficción o realidad, lo cual sí que es inteligentemente subrayado, mediante la forma de acabar muchos de los capítulos con fundidos en negro a través de un círculo en forma de lente que va empequeñeciendo cada vez más a la amante en cuestión. ¿Irá la cosa de jibarizar a las amantes o de catalogar como histérica a la legítima?

EL BUEN MAL PATRÓN

Un nuevo mundo

Stéphane Brizé

Francia 2021

Una sucesión de planos medios nos muestra una especie de partido de póquer en el arranque dela película Un nuevo mundo: Philipe Lemesle, alto ejecutivo de una multinacional, se sienta a cara de perro en una conversación con Anne, su mujer, y sus respectivos abogados para tratar su divorcio.

Lemesle, al cual se ve curtido en la dialéctica de broncas reuniones de negocios, se manifiesta sorprendido ante la avidez de Anne, quien le respaldó en todo momento en las decisiones profesionales de él, que se tomaron de forma consensuada, teniendo en cuenta el bienestar de la familia. Una llorosa Sandrine Kiberlain, Anne, le replica con los pliegues de su cuello transparentándoseles en la garganta, cara de tortuguita asustada, que con lo que no estuvo de acuerdo fue con que, en realidad, Philipe matrimoniara con la compañía y que a sus cincuenta años tiene miedo, no sabe qué va a ser de ella, ni de un posible futuro profesional, temido y querido a la vez, que abandonó para seguir a su marido y cuidar de sus hijos, ahora adolescentes. 

Esta será la primera de una serie de conversaciones que se produzcan entre la pareja. A partir de este principio, el resto de sus diálogos se producirán con ellos dos de espaldas y enfocando solo sus nucas en el interior de un coche, o, en otro momento significativo, cuando al poner en venta su segunda vivienda, el entorno quede totalmente difuminado, con las conversaciones de ella y los posibles compradores de fondo, al tiempo que se observará un primer plano de Vincent Lindon, que interpreta a Philipe, con cuyo lenguaje gestual se dirá absolutamente todo.

La sintonía entre Lindon Y Kiberlain, magníficos actores ambos, no debiera sorprender, puesto que estuvieron casados durante diez años. Además, en 2009 ya protagonizaron otra película del director de Un nuevo mundo, Stéphane Brizé, Mademoiselle Chambon, en la cual ella interpretaba a una maestra y él a un albañil, modélico padre de familia. No se diga más; tan solo que el mutismo cobra un protagonismo especial en aquella y que ellos dos componen dos interpretaciones imborrables.

En esta ocasión, a Lindon, quien, tras haber interpretado a un sindicalista y a un trabajador en paro en las dos películas anteriores de Brizé, La ley del mercado (2015) y En guerra (2018, que forman parte de una trilogía sobre las consecuencias del sistema capitalista en la humanidad, le ha tocado en suerte medirse con este personaje, al que encomiendan despedir a 58 trabajadores de su planta.

Brizé, autor también del guion, junto con Oliver Gorce, de las tres películas mencionadas, se las apaña para hacer que el público adivine las implicaciones morales y los dilemas que se entrecruzan en la vida de Lemesle a través de imágenes que le muestran trabajando hasta altas horas, en interminables reuniones de estratégicas preguntas y respuestas. También, de manera más sutil y entreverada, en aquellos planos que muestran su intimidad, en momentos que quedan para el recuerdo del espectador, como el vídeo de felicitación de cumpleaños que le manda su hija, estudiante de una carrera en el extranjero o, al llegar al momento más conmovedor de la película, la forma en la que el ejecutivo toma conciencia del estado en el que se encuentra su hijo que ha debido ser hospitalizado.

No sabemos nada de Lindon como persona, pero sí que, tras ese rostro tremendamente atractivo de su juventud, no se puede obviar el hecho de que fue tan buena persona como para ayudar como pareja, durante los cinco años que en que se le relacionó con Carolina de Mónaco, a sacar los tres hijos de esta adelante, una vez que se quedaron huérfanos de padre tras un horroroso accidente, en el idílico provenzal retiro de Saint Rémy. Al romper, dicen que se le dio una caja con sus pertenencias y nulas explicaciones. Algunos dirán que este cotilleo no tiene importancia alguna, y que la vida no forja la realidad de la carretera solitaria por la que los seres humanos transitan; pero seguro que las  múltiples arrugas que surcan su cuerpo y su rostro, de vital importancia en su rol de padre lleno de fisicidad en Titane (2021)de Julia Ducournau, y aquí, sin ir más lejos, de índole más introspectiva, son también el espejo de un alma forjada en el trasunto de su vida, en favor una presencia que puede transmitir que siente, palpita y ayuda a comunicar lo que le parece a Brizé, y es que la política y la ley nos deben proteger del mercado y ahora es el momento de intentar zafarse de unas garras que también atenazan a los buenos patrones que actúan en conciencia y que, aunque parezca mentira, existen en la realidad.

DICCIONARIO DE ABISMOS

Ennio: el maestro

Giuseppe Tornatore

Italia, Bélgica, Países Bajos, Japón 2021

“Si lo único que se puede decir al salir de una película es que la música es muy buena, es que la película es muy mala”. Así se pronuncia el compositor José Nieto González, ex batería de la mítica banda Los Pekenikes y especializado en la composición de bandas sonoras.

En esta cuestión de la música que acompaña a sus creaciones, hay directores para todo: los hay que prefieren ir añadiendo canciones que son de su agrado o que, según ellos, guardan relación con las escenas que aparecen en su mente. Para muchos compositores esto es una aberración. La banda sonora completa debe no ser un pastiche y hacer, en palabras del compositor Ennio Morricone, fallecido en 2020 a los 91 años, “que se vea lo que no está en las imágenes”.

Giuseppe Tornatore se ha propuesto en Ennio, entretenidísimo documental, presentar algunos de los entresijos que conforman este mundo de la composición de las bandas sonoras, y por ende de la creación cinematográfica; la relación del compositor con los directores y la existencia de una polémica que atormentó al propio Morricone, sobre si este tipo de composiciones se pueden o no considerar “música clásica seria”.  Tornatore, director de la imborrable Cinema Paradiso y para el cual Morricone compuso la banda sonora de La leyenda del pianista en el océano (1998), demuestra con Ennio, el mismo tino en la selección de imágenes que cuando presenta la colección de besos cinematográficos, que le hicieron famoso a los ojos de unos y, aberrante y romanticón, a los ojos de otros.

Entre los múltiples aciertos de la cinta, resaltar la manera de documentar la trayectoria del músico, con imágenes de la época, pantalones cortos y trompeta en ristre en el conservatorio,  desde sus orígenes, cuando su padre le llevó a aprender el instrumento con el que él se ganaba la vida; así como de sus posteriores éxitos casi inmediatos, una vez terminó de estudiar armonía y composición, como arreglista de éxitos pop para la todopoderosa RAI –Sapore Di Sale de Gino Paoli, entre otros-.La RAI vetó, por cierto, su participación en La Biblia, producida por Dino de Laurentiis.

Una segunda parte se centraría en una serie de entrevistas, montadas alternando con comentarios de Morricone, como si de una conversación entre todos ellos se tratara,  encajando unas réplicas son otras, con multitud de directores, compositores y cantantes que, o bien estuvieron presentes en la vida del compositor, o bien trabajaron con él de forma regular, entre ellos los hermanos Taviani, Tarantino, Oliver Stone, Roland Joffé, Eastwood, Bertolucci, Malick o Wong Kar-Wai, uno de los productores de la película, y de compositores como Quincy Jones, Joan Baez, Bruce Springsteen o Pat Metheny. Mención aparte constituyen las intervenciones de la hija de Sergio Leone, que da cuenta de la especial relación que tuvieron su padre y el compositor-sin saberlo habían sido años atrás compañeros de colegio-y cómo este también le vetó cuando el compositor le planteó que le habían ofrecido componer la música para La naranja mecánica de Kubrick.

Plagada de anécdotas, ironías y chascarrillos-no tienen desperdicio la explicación de la composición dela BSO de La Misión (1986)de Joffé, de Los intocables (1987) de De Palma, Pajaritos y pajarracos (1966) de Pasolini o Allonsanfan (1974) de los Taviani, por no hablar de la balada de Sacco y Vanzetti para Joan Baez o de otras cuestiones como el anhelado Óscar que no le terminaban de conceder –

Ennio puede verse como un curso acelerado de cine y composición musical, un compendio minucioso, y sin embargo ameno, donde las explicaciones están al alcance de cualquier mortal cinéfilo y no particularmente versado en música, y da cuenta de los abismos insondables, en analogía expresada por Kar-Wai, que pueblan el ajedrecístico cerebro privilegiado de un particularísimo y genial creador, más que brillante compositor de música clásica eclipsada por las más de quinientas bandas sonoras que compuso. Lo mejor es que, según cuenta, cada año le decía a su mujer que era la última vez que lo hacía.

En el patio de butacas: risas y sonido de lagrimones rodando por las mejillas a la par. Nadie sabía que tantas y tan distintas músicas de películas llevaban su firma.

LAS MEJORES PEORES PERSONAS DEL MUNDO

París, distrito 13

Jacques Audiard

Francia, 2022

Las películas sobre las cuitas de los treintañeros proliferan en estos tiempos. No es de extrañar porque les ha tocado bailar con la más fea. Pensaban que las cosas serían más fáciles, pero no. En palabras del director Jacques Audiard, “ha habido un robo, una desilusión general, el final de la burguesía”.

Los personajes de París, distrito 13, tienen carreras universitarias, que no les sirven para ganarse la vida, y deambulan de un empleo precario a otro, deslizándose en lo que Audiard denomina “su precariedad flotante”.

Sus contundentemente físicas piruetas sentimentales discurren en la Ciudad Luz, despojada esta vez de sus monumentos y retratada en blanco y negro. En los planos generales destacan los tejados con forma de pagoda, distintivas del centro comercial del barrio Les Olympiades, o en las vistas aéreas de una urbe donde apenas se adivina la cúpula barriguda del Sacré Coeur y una Torre Eiffel de juguete.

Camille, profesor guapetón y seguro de sí —que hubiera sido definido como un “capullo” sin más por cualquier otra generación— y Émilie, su casera, telefonista y camarera en un restaurante terminarán su relación por la falta de compromiso del primero, más preocupado por perder el alojamiento que el amor. Al poco aparecerá en su vida, Nora, talludita estudiante en la Sorbona quien, a su vez, se adentrará en una historia sentimental con Amber Sweet, actriz porno amateur —únicas secuencias en color del film— a través de internet.

La película da cuenta también de algunas relaciones marginales de los protagonistas con sus familias, en la línea de lo que ya sucediera con el padre de Julie, la protagonista de La peor persona del mundo de Joachim Trier, pero, en este caso, Éponine —nombre sacado del personaje de Los Miserables  de Victor Hugo— magistralmente interpretada por Soumaye Boucoum, encarnando a la hermana rellenita y con problemas de tartamudez, se lleva la palma en cuanto a la redondez de su más que interesante creación.

Audiard, quien dice embarcarse en la siguiente película para paliar las frustraciones que le ha podido causar la anterior, ha querido construir tras una del oeste, Los hermanos Sisters, una comedia; aunque en realidad le ha salido una fábula moral, a la manera de Rohmer, circunstancia muy del agrado de Adrian Tomine, el autor de los tres comics en los que se basa la película. Tomine tiene a Rohmer en el altarcillo de sus admiraciones, y elogia tanto el uso del blanco y negro como el aire a lo “Nouvelle Vague”, así como el hecho de que se mantenga el carácter episódico de los personajes.

Audiard, que está ya preparando —¡interesante!— Emilia Pérez, un musical cuyo protagonista será un narcotraficante, ha contado con Céline Sciamma, la directora de Retrato de mujer en llamas y Petite Maman, así como con Léa Mysius, directora de Ava, y el escritor Nicolas Livecchi, todos ellos de edades más cercanas a los protagonistas que el director, para escribir un guion multirracial y contemporáneo, de interesantes repercusiones y no tan alejado en su final del giro que ya empleó en su película De óxido y hueso, un viraje de sesgo un tanto convencional que dará para discutir a la salida del cine y es que, a diferencia de la Julie de La peor persona…, a estos parece que los conocemos de toda la vida.

Bye bye love

Red Rocket, Sean Baker

Estados Unidos, 2022

Verano de 2016: Donald Trump fue elegido candidato a la presidencia de Estados Unidos por el partido republicano. Suenan los Backstreet Boys y su famoso himno Bye bye love, cuya letra es casi una descripción de lo que ocurre en la película, se repetirá en numerosas ocasiones.

Mikey, alias Mikey Sable XXXL (Simon Rex), multipremiada estrella del porno venida a menos, viaja en un autobús camino a su ciudad natal, Texas City, con 22$ en el bolsillo, sucio y amoratado. Se dirige a la casa de su mujer, antigua pareja también de trabajo, a la que no he visto en años. Lexi (Bree Elrod) sobrevive gracias a los subsidios del gobierno y a “ciertos clientes”, junto con su madre, Lil (Brenda Deiss), en una pequeña casa destartalada, de las afueras de la ciudad. Se dedican a fumar, tomar café, y ver la televisión todo el día. La acogida, como cabía esperar, es muy desagradable, pero como buen manipulador que es, Mikey, consigue que le acojan temporalmente, bajo la promesa de pagar alquiler y hacer cosas alrededor de la casa, puesto que “hace falta un hombre para poner un poco de orden y proporcionar seguridad”.

Mikey es incapaz de encontrar un trabajo legal, por su falta de experiencia en nada más que no sea la industria del porno, por lo que decide volver a contactar con la “camello” local, para la que ya trabajó en el pasado, y reanudar la venta de drogas.

Baker, que escribe sus propias películas, tenía el guion de ésta, su séptima película en la cabeza desde el rodaje de Starlet (2012), basándose en la investigación que realizó para la misma sobre la industria del porno. Las estrellas del cine para adultos más conocidas en Estados Unidos son originalmente de Ohio, Texas y Florida. Dado que ya había usado Florida en su película anterior The Florida Project (2017), decidió filmar en Texas, más concretamente en Texas City, una típica ciudad de la vieja América, en la zona del golfo de Texas, donde en cualquier dirección se encuentran imágenes como de otro planeta, donde dominan las torres petrolíferas, el humo que desprenden, la bruma que producen; los colores anaranjados del cielo, y el verde del suelo, la grandeza de ese Estado, parece definida en la altura de las torres de las refinerías que lo habitan. Baker tiene la capacidad de mostrarnos la parte más fea de la América profunda en sus películas, la cara B que rara vez vemos en el cine. La película comienza por el lugar, lo mismo que Tangerine (2015), que transcurre en West Hollywood, Los Ángeles y desde allí continúa la acción y donde sus 2 protagonistas, 2 prostitutas transexuales se mueven por sus calles. En Red Rocket, Texas City es otro protagonista, por el que Mikey se mueve en bicicleta como un adolescente. La cámara está siempre muy encima de él, tanto que, en varias ocasiones, el público se encontrará con desnudos frontales, entendiendo de primera mano su éxito profesional.

Esta inmensidad de paisajes contrasta con los interiores de la casa de Lexi, claustrofóbica, muy pobre, cubierta de plásticos y trastos, o con la colorida tienda de donuts, donde trabaja la otra protagonista, Strawberry (Suzanna Son), repleta de colores artificiales y azucarados. Baker parece tener una obsesión con las tiendas de donuts, repite tras Tangerine, y repite también con la gerente de la misma, Shih-Ching Tsou, productora y actriz en sus 3 últimas películas. Las interpretaciones de todos los actores, algunos no profesionales – marca de la casa de Baker-, son excelentes, por la diversidad de matices que llegan a alcanzar.

El director de Nueva Jersey, incluye el tema de la profesión más antigua, y siempre estigmatizada, en sus películas, puesto que no considera justo cómo se ha tratado, intentando contar historias universales, más humanas para “normalizar” este trabajo. Acercándose sin juzgarlo como ha hecho Hollywood todos estos años. En Red Rocket se centra en la industria del porno, y admite así mismo que el narcisismo es el atributo más característico de los actores varones que lo pueblan. Les considera carismáticos, pero tóxicos, manipuladores e ignorantes del dolor del resto de la gente, pero, muy graciosos y entretenidos, alguien con quien da gusto estar. Cuando la redención no es una opción, fue el propio Rex, actor porno retirado en la vida real, quien decidió presentar a su personaje como alguien “amigable”. Con cada mujer con la que se relaciona, busca algo diferente, una casa con Lexi, dinero con la “camello” y sexo y un futuro con Strawberry, a la que, con 18 años aún sin cumplir, intentará llevarse a Los Ángeles para explotarla como su “suitcase pimp”, el novio/chulo que le lleva la carrera a su mujer.

El espectador adivina desde el principio cuál será el destino final de Mikey, en el año en el que los mítines de Trump entraron en las televisiones de los hogares de los americanos como un reality. En palabras de Baker en el último festival de Cannes: «Ambos Mikey y Trump son grandes contadores de historias, hipnóticos hasta agotar; y ninguno de los dos aceptará un no por respuesta». El martes 8 de noviembre de 2016, Donald John Trump ganó las elecciones que le convertirían en el 45º Presidente de los Estados Unidos de América. Suena Bye bye love.

Pilar Oncina

NOTA: La definición de Red Rocket según el urbandictionary.com, es: that red hot dog like stick that emerges from a dog´s crotch, also known as the pink crayon or the pink lipstick

¡Qué te jodan!

Compartimento nº 6, Juho Kuosmanen

Finlandia, Rusia, Estonia y Alemania, 2021

  • Ljoh: ¿Cómo se dice hola en finlandés?
  • Laura: Hei
  • Ljoh: ¿Y adiós?
  • Laura: Hei hei
  • Ljoh: Jajajajaja
  • (…)
  • Ljoh: Y, ¿te quiero?
  • Laura: Haista vittu (¡qué te jodan!)

Laura (Seidi Haarla), una estudiante finlandesa de arqueología de la universidad de Moscú, sube sola a un tren en dirección a Murmansk en el Círculo Polar Ártico, donde va a ver de primera mano la belleza de los petroglifos (el diccionario de la RAE define petroglifo como “una figura hecha por incisión en roca, especialmente la realizada por pueblos prehistóricos”).

Su novia rusa Irina (Dinara Drukarova) fue la persona que la convenció para realizar este viaje, que iban a hacer juntas, pero en el último minuto, tuvo que cancelar por motivos de trabajo. Irina estaba convencida de que, además de la beldad de los mismos, “conociendo tu pasado, entiendes mejor tu presente y tu futuro”, de ahí su enorme interés por estos petroglifos.

Kuosmanen obtuvo el Gran permio del jurado en Cannes 2021, ex aequo con A Hero, del iraní Asghar Farhadi), en este su segundo largo, para el que se inspiró en el libro de la novelista finlandesa Rosa Liksom publicado en 2011. Insiste en “inspirado”, porque ha cambiado la edad de los personajes, el recorrido, y los flashbacks que no aparecen en su película. Sin embargo, con la libertad absoluta que le otorgó la novelista, el director mantiene la esencia del libro al hacer la adaptación, manteniendo la conexión y el recorrido realizado por sus dos personajes protagonistas. La acción transcurre en un tiempo indeterminado, antes de los móviles, pero después de la caída de la URSS, cuando todavía había restricciones en el país y funcionarios con muy mal humor que no lograban adaptarse al capitalismo.

Laura llega con su mochila y su cámara de vídeo al compartimento número 6 de segunda clase llena de ilusiones y grabándolo todo. La cámara será su acompañante, donde guardará las historias del viaje para Irina, aunque el verdadero compañero de viaje es Ljoh (Yuriy Borisov), un minero ruso borracho muy hablador que mantiene el pequeño habitáculo sucio y desordenado.

La cámara de Kuosmanen sigue todos los pasos de Laura, en ocasiones con movimientos muy bruscos, y fundamentalmente con muchos primeros planos, mostrando la ingenuidad de quien descubre tanto por primera vez. Se ven imágenes de los vídeos grabados por Laura, con mucho grano, de sus recuerdos. Ljoh insiste en que grabe los enormes y bellos paisajes nevados a través de los cristales del tren que el espectador verá en forma de círculos de luz reflejados en la lente como gotas de agua de diferentes colores. La nieve y el hielo del exterior son también protagonistas

El espacio es muy pequeño, y con la machacante charla de Ljoh, se aprecia la claustrofobia de Laura. El director muestra el viaje realizado de noche, por lo que la luz es muy limitada, y será solo al abrir la puerta del compartimento y salir al estrecho pasillo del tren, cuando la iluminación cambie. La amplitud se muestra también cuando Laura escapa al vagón restaurante, aunque habrá que esperar a la llegada a Murmansk, para apreciar la grandeza y belleza del país y del círculo ártico.

Para muchos, el tren es el mejor medio de transporte, ya que te permite libertad de movimiento, te ofrece la oportunidad de conocer gente y hasta de crear una nueva identidad al encontrarte con extraños sentados frente a ti, ya que, en ocasiones, uno se puede sentir más cómodo con desconocidos. Y por supuesto, como vías de escape, se encuentran el vagón restaurante, o los largos e interminables pasillos del tren.

Wes Anderson metió a 3 hermanos en un tren, un año después del funeral de su padre para viajar a través de la India para intentar conectar en Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007), Kuosmanen mete a 2 extraños sin nada en común a compartir un recorrido de varios días que inevitablemente provocará unas conexiones inesperadas, para ello tuvo que realizar un casting que luchara contra los estereotipos, logrando una enorme química entre sus protagonistas. Ambos son muy expresivos, por lo que la cantidad de primeros planos es un acierto.

Ya trabajó con 2 protagonistas en su película anterior, El día más feliz en la vida de Olli Mäki (2016), donde Olli buscaba – a su pesar- conseguir el título mundial de peso pluma en 1962, puesto que lo que realmente quería, era estar con su novia, Raija. La belleza de los paisajes mostrados en blanco y negro también contrastaban con el interior de los gimnasios y los rings deportivos donde competía, al igual que aquí.

Laura buscaba la belleza de los petroglifos, de los que tanto le habían hablado, sin embargo, lo que encontró en ese viaje fue un sentimiento de aceptación de sí misma y de los demás, descubrió con sorpresa sus imperfecciones y aprendió a disfrutarlas, sintiendo casi un alivio al hacerlo. Se sorprendió también conociendo a Ljoh. No hace falta buscar en el pasado para conocer el futuro, a veces, lo mejor está justo frente de nosotros.

Pilar Oncina

10 u 11 víctimas

Mass, Fran Kranz

(Estados Unidos, 2021)

El 14 de febrero de 2018, Nikolas Cruz, estudiante de 17 años entró en el instituto Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida y en un poco menos de 4 minutos asesinó a 17 personas e hirió a otros 17. Apenas 7 minutos después de su entrada al instituto tiró el arma homicida, dejó la escuela mezclándose con los alumnos que huían despavoridos y se dirigió con normalidad a un restaurante Subway y más tarde a un McDonalds. Fue detenido por la policía poco después.

El actor Fran Kranz escuchó esta noticia en la radio cuando iba en el coche y pensó en su hija de apenas 16 meses. Se obsesionó con el tema, sintiendo una enorme empatía por los padres que acaban de sufrir tan enormes pérdidas en ese tiroteo. Unió este tema a otro que le interesa mucho que es el del proceso de reconciliación en Sudáfrica y un libro que ha leído en numerosas ocasiones, No Future Without Forgiveness, del arzobispo Desmond Tutu, presidente de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica. Kranz escribe el guion de ésta, su primera película, buscando la reparación de relaciones rotas, encontrar empatía en las relaciones y lugares comunes en lugar de diferencias en un mundo en el que tenemos el odio normalizado a personas que ni siquiera conocemos.

Rueda Mass, en una sola ubicación, el salón de una iglesia episcopaliana, en solo 14 días y siguiendo el guion cronológicamente, lo cual ayudó a los actores a mantener la energía durante todo el rodaje que estaba cargado de emociones y tensión, ya que sabían lo que pasaría el día siguiente. 

Si Gus Van Sant dirigió Elephant (2003), desde el punto de vista del perpetrador, Kranz presenta en su film a aquellos que quedaron atrás llenos de dolor: los padres de una de las víctimas (Martha Plimpton – Gail, y Jason Isaacs -Jay), y los padres del ejecutor (Ann Dowd –Linda, y Reed Birney -Richard). Les sienta en una mesa, 6 años después del suceso para hacer terapia, en busca de una conexión que les permita dejar el odio y el dolor atrás y puedan seguir hacia delante.

La colocación de las sillas en la mesa en la que se van a sentar los matrimonios es fundamental, lo mismo que la iluminación de la sala, para que nada estorbe en la conversación. El ambiente es claustrofóbico, se puede sentir la tensión. Predominan los primeros planos potenciando esas cosas tan importantes que no se llegan a decir. En el fondo de la sala hay un enorme crucifijo, después de todo se encuentran en una iglesia – lugar que se ofreció para esta mediación-, para que ninguno de ellos olvide, incluyendo al espectador, que Jesús les vigila en todo momento.

Se repartirán acusaciones, reproches y mucho dolor, de unos padres responsables de cuidar de unos hijos a los que creen haber fallado, y convencidos de que, si perdonan, perderán la memoria de ese hijo al que no supieron, o pudieron proteger. Los actores hacen un papel extraordinario, ninguno destaca por encima del otro, ya que el dolor y la culpa, les ha golpeado de forma diferente.  

Esta película recordará al espectador a otra que se desarrolla también en una habitación, Un dios salvaje (Carnage, Roman Polanski, 2011), basada en la obra de Yasmina Reza. Donde una pelea de adolescentes enfrentará a sus padres por el perdón o la falta del mismo, aunque aquí se encuentra un tono de sarcasmo e ironía típico de Reza que lógicamente no posee Mass.

Linda busca durante toda la película que su hijo sea la víctima número 11, aunque habrá que esperar hasta el final para ver si obtiene la absolución de sus compañeros de mesa. Pese a que su desconcertante y potente monólogo de despedida marca un alegato difícil de defender.

Kranz abre una puerta e invita al espectador a entrar y permanecer, pidiéndonos que nos escuchemos, basándose en la opinión de que el poder de estar con otra persona es curativo, propone compartir el equipaje, esperando que eso sea lo normal, en lugar de lo extraordinario. Suena un coro religioso.

Pilar Oncina