¡Es biológico!

Belfast, Kenneth Branagh
Reino Unido, 2021

Se apagan la luces. En la pantalla se suceden planos de la ciudad de Belfast a todo color. Sus edificios, el puerto, las grúas, las calles llenas de viviendas. De repente, la cámara nos conduce de frente hacia un muro pintado, y un plano ascendente nos muestra lo que hay tras él. Belfast, 1969, imagen en blanco y negro y una calle llena de gente aparece. La película ha empezado. 

Kenneth Branagh comienza su relato en plena explosión de las tensiones que se habían ido gestando en Irlanda del Norte desde 1968 entre católicos y protestantes, en las que Belfast protagonizó una serie de revueltas violentas que llevaron a muchas familias a dejar sus hogares, en lo que fue el preludio de un conflicto que duró 30 años. Una calle llena de familias disfrutando el sol de agosto, niños corriendo y jugando por las calles, vecinos hablando. En medio del gentío encontramos a Buddi (interpretado por el prácticamente novel Jude Hill), protagonista de la historia al que su madre llama sin parar, pero él está demasiado ocupado jugando como para hacerle caso. Sin previo aviso, la entrada de la calle es bloqueada por una manada de protestantes que empiezan atacar las casas y a la gente, arrasando todo a su paso. En un ingenioso plano alrededor de Buddi a cámara lenta, Branagh nos deja claro que el punto de vista va a ser el de este niño, que a pesar de todo, no perderá la inocencia en todo el relato. Ese es uno de los mayores aciertos de la película, que sigue una fórmula parecida a la que Taika Waititi proponía en Jojo Rabbit (2019), en la que su protagonista era también un niño que se mantenía inocente a pesar de los horrores que se desataban a su alrededor.

El pequeño Buddi no sabe mucho de los conflictos que lo rodean. Su abuelo está enfermo; su madre, cansada de verse sola ante el peligro, sufre porque su hogar se ve amenazado; su padre, siempre ausente por su trabajo en Inglaterra pero temeroso de lo que le pueda ocurrir a  su familia; sus vecinos, protestantes y católicos, amenazados por las revueltas.  Él solo quiere ser el primero de la clase para sentarse al lado de la chica que le gusta, pasar tiempo con sus abuelos y ver las películas que le gustan. Y alrededor de todos ellos asienta el director los pilares de la película, que son esa inocencia de la infancia, la familia y el cine.

La mirada de un niño

Hay  un muro invisible  que separa  todo el rato al  niño de los demás adultos de la historia. Se ve en la conversación de los padres sobre sus deudas, mostrada en un plano partido en dos por la escalera donde el niño oye a la pareja hablar en la cocina. Lo mismo ocurre con las conversaciones en casa del abuelo, donde es una ventana la que separa los dos mundos. 
Todos a  su alrededor pasan a formar parte del conflicto, incluso los adolescentes, que por su edad ya no pueden guarecerse en el desconocimiento.
Vemos a Buddi moverse entre los destrozos de la ciudad, atravesar las barricadas sin inmutarse, colarse entre las verjas para acortar cuando va al colegio, intentar entender la religión y la diferencia entre el bien y  el mal, aburrirse en clase y emocionarse cuando le cambian de pupitre. Sin grandilocuencias, a través de  las  escenas más cotidianas vistas a través de primeros planos y de planos generales, Branagh nos transporta a la más  tierna infancia haciéndonos desear poder ser así de ajenos a las injusticias de la vida.

La familia siempre es lo primero

La familia es el alma de la historia. Y curiosamente la soledad también. El director ha escrito con gran inteligencia a cada miembro de esta familia de la que no sabemos ni el apellido. Y es que no hace falta . Lo único importante es reconocer a mamá, papá, Will (el hermano) y los abuelos. El hecho de no ponerles nombres refuerza el punto de vista infantil que contrasta con las realidades de cada miembro, luchando con sus propios conflictos en los cuales se sienten solos. Según avanza la película exploramos conceptos como la soledad de la tercera edad, reflejada en unos tiernos Ciaran Hinds y Judi Dench; la soledad del padre (personificada por un magnífico Jamie Dornan que demuestra que puede dejar atrás las sombras de Grey), representada en cada marcha y cada despedida al irse a trabajar; la soledad de una madre que ha criado a sus hijos sola, y también la de un hermano que está empezando a aprender tomar sus propias  decisiones. Con la contraposición de los planos llenos de gente y los primeros planos de los actores aprendemos a desvelar estos pequeños matices, casi como violando la intimidad de los personajes, pues el director apunta directamente a la mirada, a la expresión facial ocupando todo el plano.
En esta mirada ficticia a su propia infancia Kenneth Branagh deja claro que para él la familia tiene siempre un papel fundamental.

El cine para conectar

A lo largo de la historia vamos descubriendo que a Buddi le encanta ver películas. Más bien le encanta ver historias. Y más importante aún le gusta compartirlas con los demás. Le vemos viendo  El hombre que mató a Liberty Valance (1962) con  su  hermano, llevando a  su abuela al teatro ver Cuento de Navidad, o disfrutando de Chitty Chitty Bang Bang (1968) con toda su  familia. Este guiño al cine delata a Branagh, que le da más protagonismo aún poniendo a color las escenas de estas películas mientras los personajes disfrutan de ellas. De nuevo, no necesita hacer un alarde de puesta en escena, basta con el reflejo a color en las gafas de Judi Dench de aquello que la está haciendo emocionarse.

El resultado final de este coctel es el duro relato de cómo las familias se vieron obligadas a dejar sus hogares, incluida la de Buddi, y de la inevitable pérdida de la inocencia, pero contado de una forma tan bonita que resulta arrebatadora. Con toques del cine mas clásico y recursos más actuales como las cámaras lentas y el intercalado del color en ciertos momentos, el guion nos cuenta de manera lineal y directa la historia, sin andarse mucho por la ramas. El creador se aleja del registro al que acostumbra en películas como Asesinato en el Orient Express(2017) o Thor(2011), despojándose del artificio y los trucos de cámara y poniendo todo lo que le representa a modo de guiño (Marvel incluido), aportando el toque personal perfecto.

La película se cierra con nuevas imágenes de la ciudad a color, cerrando un círculo perfecto en el que este Belfast a color hace de portada y  contraportada de este intimista cuento en blanco y negro. 

2 comentarios en “¡Es biológico!

  1. Mónica, me gusta mucho la crítica. Comentas la puesta en escena y las imbricaciones que tiene en la narrativa, y el punto de vista, y explicas muy bien el razonamiento del por qué de esas decisiones. Lo único que no veo es la subdivisión en capítulos, que me parece un recurso pararemos más largos, más desarrollados. Pero el resto está genial.

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