RETRATO DE UNA MUJER FLAMBÉE

Benedetta, Paul Verhoeven

Francia, 2021

Una cagada de pájaro providencialmente aterrizada en la pupila de un facineroso evitará que los padres de una niña de aspecto angelical tocada con una guirnalda de flores sean asaltados. Benedetta, la niña, salvada por la gracia de Dios de una enfermedad que a punto ha estado de cobrarse su vida, ha sido ofrecida para convertirse en esposa de Cristo. Se dirige a profesar a un convento teatino de Pescia en el tiempo de la Contrarreforma. Ya da muestras de lo que más tarde será una determinación a prueba de bombas. Aduce con seguridad aplastante que la Virgen María hace “lo que ella quiere”.

Será este el primero de una serie de acontecimientos más o menos inexplicables, estigmas, voces de ultratumba, estasis, que se irán desgranando a lo largo de una película que discurre entre la denuncia, la reivindicación, un particular sentido del humor y una estética de lánguido erotismo a lo “Bilitis” (1977).

El director Paul Verhoeven se ha basado en “Inmodest acts”, una biografía de la historiadora Judith C. Brown de una monja real, Benedetta Carlini, que fue apartada de sus prebendas y cargos al ser procesada por lesbianismo, para presentar una figura muy de su gusto: la de la mujer que tiene que hacer uso del ingenio y de una fortaleza interior inusuales para sobrevivir con escasos recursos, utilizando la resiliencia en un mundo que está dominado por una jauría masculina, caso de Catherine Tramell en “Instinto básico” (1992) o por otras competidoras a las que hay que quitar de en medio, caso de Nomi Malone en “Showgirls” (1995), que, al igual que aquí, dan pie a tórridas escenas de descubrimiento sexual, como las protagonizadas por las actrices Elizabeth Berkley y Gina Gershon.

En la cinta hay ecos que remiten a “Extramuros” (1985) de Miguel Picazo, adaptación fiel de la novela del mismo nombre de Jesús Fernández Santos y también, sobre todo en algunos de los fotogramas de las novicias disfrazadas y celebrando, a la mezcla entre el musical carnavalesco y el auto sacramental, de la interesante e inclasificable “Jeanette” (2017) sobre la vida de Juana de Arco de Bruno Dumont.

Una inquietante Virginie Effira compone el retrato de esta sensual y diabólica religiosa, mezcla de mentira, hipocresía e ingenuidad y su rostro y gestualidad recuerdan a aquello que Hicthcock ya percibió en su momento con Grace Kelly. Y es que toda alma cándida esconde un lado tenebroso atrayente y perverso. Un subtema lleno de atractivos que relacionaría a Benedetta con la Mariscala, princesa Von Werdenberg, la soprano protagonista de la ópera “El Caballero de la Rosa” de Richard Strauss, con libreto de Hugo Von Hofmannsthal, que seducirá e introducirá en las artes amatorias a Octavian, un joven de 17 años. El morbo está siempre servido puesto que en la realidad este papel siempre es interpretado por una mezzosoprano tocada en indumentarias de pajecillo. Aunque aquí Bartolomea, la joven novicia incauta y analfabeta salvada para la causa de las garras de un padre violador, trasladada a la celda de Benedetta para cuidarla, demostrará las dotes que la picaresca de la calle le ha dado y será ella la que enseñe a su señora cómo disfrutar de los placeres de la vida.   

En cuanto a la abeja reina a batir en el convento, Charlotte Rampling, con ese rostro ocelado y saurio suyo, da la réplica como madre abadesa reinante, en correspondencia con la Aurora Bautista de “Extramuros”—hasta sus voces se parecen—que debe sobrevivir en un mundo adverso en ese convento donde hay que fingir los milagros para ser capaces de subsistir.

Verhoeven, y habrá que creerle, dice que entre las licencias que se ha tomado con respecto a la historia original, las de la hoguera final y, la más sonada, la de la factura inenarrable de cierto adminículo que se utiliza para procurarse el auto placer, que provoca las sonoras carcajadas del respetable, no ha tenido en cuenta el factor provocación que se le atribuye. Mera casualidad. Claro que eso habría que preguntárselo a Sharon Stone con el famoso cruce de piernas de “Instinto básico”.

En todo caso este lado humorístico, del que habría que haber subrayado más que el tono un poco tontorrón en la línea de “Los visitantes no nacieron ayer”(1993), la tradición medieval de relatos que utilizan el humor del chafarrinón, caso de Chaucer o el Arcipreste de Hita, quizá hace zozobrar en ocasiones el que parece ser el mensaje de la película: el derecho de la mujer a utilizar su cuerpo como le plazca en la línea de las sutiles imágenes, menos explícitas pero mucho más sugerentes y delicadas, de un “Retrato de una mujer en llamas” (2019)y la necesidad de utilizar cuanto esté al alcance para sobrevivir ejerciendo el muy noble arte de la impostura.

En el capítulo de los lastres, señalar la puesta en escena. Resulta excesivamente tradicional. Manida. Como si no les hubiera llegado el presupuesto. Uno esperaría otra cosa de esa tensión erótica y subida de tono. Ese alternar de los abrojos de la Toscana con los sillares del convento de la Madre de Dios, que parecen más sacados del cartón piedra de la novela de la sobremesa franquista que del presupuesto con el que habrán contado. En todo caso les ha lucido poco. Estos retozos exigen más de una imaginación del tipo de una Sofía Coppola en María Antonieta (2006), por ejemplo. Aquí Verhoeven ha tirado de lo evidente y la cinta se resiente. De ahí que el público se ría a destiempo.

En todo caso Benedetta se las apaña para mantener una ambigüedad que habría dado más juego si ciertas cosas no se hubieran explicitado tanto en la película. Belladona y visiones. ¿Hubieran existido los apasionados versos de Santa Teresa fuera de la consumición de las infusiones de esta solanácea por parte de la abadesa carmelita? En este caso no es la planta sino los reflejos de ciertos cristales verdosos que recuerdan al color de la absenta y se fijan en la enigmática sonrisa de cierta virgen románica que esconde con regocijo su secreto entre los sacrosantos códices.