LA REDENCIÓN NO ERA ESTO

Madre. Rodrigo Sorogoyen. España. 2019

Una mujer recibe la llamada de su hijo de corta edad que se encuentra a cientos de kilómetros de donde ella está y no puede hacer nada para ayudarle. Este será el punto de partida de un corto angustiante con una chispa de terror psicológico que mantiene al espectador en vilo.

Tres años después su director, Rodrigo Sorogoyen, ha tomado este argumento como punto de partida de un largometraje. El corto es lo primero que se visiona para después continuar la historia tras un lapso de diez años. Elena, la madre, se ha mudado a la playa del País Vasco francés, desde donde le llamó su hijo y vaga por allí trabajando como camarera en un chiringuito. Todo el mundo la llama “la loca de la playa”. En ese deambular suyo conoce a un adolescente, Jean. Entre ellos va a comenzar una relación que discurre por vericuetos entre seductores y maternales.

Nada que objetar a este planteamiento, pero algunos de los detalles parecen cojear, como si el haberse centrado en el personaje principal cuyas motivaciones tampoco aparecen claras, ¿miedo?, ¿venganza?, ¿locura extrema?, hiciera que el resto de los personajes no fueran más que comparsas sin excesiva consistencia.

Elena tiene un nuevo novio que parece un santo sin peana. Entiende todos sus desvaríos, sus idas y venidas por extrañas que sean y no cuestiona nada de lo que está sucediendo. Se va de la casa de la familia de éste nada más llegar y al buen señor no sólo no se le ocurre no mandarla a paseo, sino que sigue pensando en irse a vivir con ella. A pesar de que el director nos habla de la existencia de un “triángulo”, sus aristas no emergen del todo. El papel a lo Lolita de Jean tampoco ayuda a la credibilidad. En cuanto a la familia de éste, hay también varias cuestiones sin resolver. Los padres tienen reacciones bizarras ante esa supuesta relación incipiente: unas veces son harto permisivas, y otras rayan en una violencia grosera y extemporánea que se diluye como si nada hubiera sucedido en el momento final. Después de casi matar a un hijo por relacionarse con una mujer madura, no se le perdona sin más al volver al redil. Queda raro e increíble e incluso hace que perversamente se relacione con el devenir de un político francés relacionado con una dama de mucha más edad que él y los ecos de sus afirmaciones de que volvería a buscarla.

Da la impresión de que lo que ha debido parecer lógico a los guionistas Isabel Peña y el propio Sorogoyen, no se ha traslucido en la pantalla. La búsqueda del amor y la huida del miedo parecen traducirse en una especie de venganza en las ambiguas escenas de seducción. Tampoco la llamada final de Elena explica o contrarresta nada de lo acontecido previamente.  La conversación más crítica – y lógica – de la película entre Elena y su expareja no se puede borrar a pesar del curso de mindfulness acelerado que ella haya podido tener gracias a sus devaneos.

Quizá si no se hubiera buscado tanto la redención o la expiación de una culpa no verbalizada, sería más sencillo que el espectador se quedara, sin la información del corto previo, de impactante y obsesionante factura, con un pensamiento, no por fugaz menos inquietante, y que tendría que ver más con las delgadas líneas trazadas por La luna de Bertolucci (1979) o Call me by your name de Guadagnino (2017). Sería más morboso y, paradójicamente, mucho más fácil de entender.

                                                                                                                 Pilar Merino

Una mirada al radicalismo sin artificios

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El joven Ahmed (2019)

Como ya hicieran en El hijo (2002), los hermanos Dardenne vuelven a adentrarse en la vida de un adolescente difícil, esta vez centrándose en el tema de la religión y el integrismo islámico. Así, un joven de apenas 13 años, Ahmed, con esos aires desgarbados propios de esta edad pueril, se adentra en el aprendizaje del Corán de la mano de un imán con raíces en el terrorismo, pero también de una profesora con una visión mucho más abierta y dialogante de la religión.

Y el tema se aborda con una mirada sin artificios, que les valió el premio a mejor director en el último festival de Cannes, mostrando a un Ahmed ya transformado en monstruo que ha encontrado sentido a su corta existencia entregando su vida a Alá, aunque apenas sí conozca qué es la vida. Porque Ahmed, como tantos otros adolescentes, solo busca un sentido de pertenencia que no ha encontrado en la sociedad y sí en un imán que le ha encaminado hacia el odio y la radicalización religiosa.

Fieles a su estilo, los Dardenne reflejan esta problemática social a partir de una trama que no necesita música, ni encuadres impostados ni diálogos innecesarios para dejar una gran huella y responder por qué un niño, en nombre de su Dios, quiere matar a otra persona. La solución, sin embargo, no está nada clara. Ese es precisamente el regusto final con el que el espectador se queda: un niño perdido, que llora y llama a su mamá, impotente, aislado, al que nadie ha sabido ayudar.

Una película fría e incómoda, contada de una forma limpia, tanto como las veces que Ahmed se lava las manos para alejarse del mundo impuro que le rodea.