Sorogoyen o la intrepidez truncada

Madre, Rodrigo Sorogoyen. España, Francia, 2019.

Antes de comenzar el visionado de “Madre” el espectador debe venir prevenido de que estamos ante una secuela de un turbador corto. El nacimiento de la historia de la película de Sorogoyen se fraguó en una microrrelato de siniestro desenlace: una llamada, una narración que sucede lejos de la protagonista –pero que observamos más nítidamente que el plano mostrado–  y una carrera a ningún lugar.  Nominación a los Oscar de 2019. Feliz idea su desarrollo.

Tras el frenético arranque, a continuación, la calma. El director nos traslada a una playa de las landas francesas. El espectador no sabe qué ha ocurrido, por qué cauce nos llevará la historia tras diez años. Multitud de desenlaces se pasan por la cabeza para descifrar lo que quiere contarnos el director. Basta el primer plano de la protagonista para sentir un golpe en la cabeza del estómago. Marta Nieto deja sin respiración, abismada en un trabajo de camarera, su cuerpo oscurece cualquier estímulo de optimismo. Atrapada en el lugar de la tragedia se agarra a una forma de vida extraña, alejada de su pasado en Madrid. Allí donde no estuvo hace diez años, será su cárcel. La condena autoimpuesta y la pena más dura posible, aunque con posibilidad de redención en un agujero del que cada día es más difícil salir.

Pero el director nos solicita empatizar con el personaje. Quiere que vivamos con ella su deriva. Como en una isla desierta donde el náufrago vive de aquello que pueda traer el mar, en la playa descubrimos la llegada de un joven francés. Visto a través de los ojos de la exmadre, buscamos las semejanzas con aquel hijo que nunca conocimos, nos dejamos enterrar en el agujero atemporal. La trampa al espectador no es sólida ni se pretende. A medida que avanza la película, percibimos con aflicción que ya no habrá nunca nadie que haga el papel de hijo. La exmadre solo anhela el deseo de sentirse madre, de proteger, de cuidar, de volcarse en dar calor a un ser (irreparablemente) perdido.

El director nos conduce por momentos a rincones para hallar fragmentos, forzándonos a juntar las piezas de un puzle de diez años que no sabremos armar nunca. Los papeles de las parejas de la madre son irrelevantes en la historia. O quizás no tanto. El exmarido (el expadre, interpretado por el teatral Raúl Prieto) se presenta nuevamente revestido en calidad de padre. Rehecho y aleccionado. El agujero se vuelve más hondo. Por otro lado, la pareja presente de la exmadre carga con una ambivalencia de controlador y sanador que resuelve con soltura Alex Brendemühl. El personaje es cargante y, al final, detonante del clímax de la película en donde se pierde por completo la intrepidez del planteamiento.

¿Y dónde queda el joven francés? En pura fantasía de amor de verano, el adolescente cree haber encontrado en Marta Nieto a una mujer en sus cuarenta que flirtea obtusamente y le presta desmesurada atención frente a las adolescentes algo despendoladas de su cuadrilla. Naturalmente, los padres biológicos terminan por abrumarse con la “loca de la playa” como llaman al personaje de Marta Nieto los lugareños. El hostigamiento (por todos) hacia el adolescente acaba provocando la salida prematura de la familia de vuelta a París. El joven actor -Jules Porler- termina realizando una llamada que nos traslada inequívocamente al principio de la película. Tantos años de seguro tormento reviviendo la llamada de su hijo de 6 años, urge rápidamente en la exmadre las mismas respuestas. Esta vez está allí. No puede fallar. Acaban encontrándose, el adolescente pudo escaparse de sus padres en una parada para repostar. El hallazgo del momento desemboca en una ternura malentendida. Malconducida. El clímax se tuerce en un abrupto recorte. El “incesto” se interrumpe en escena, pero no en la mente del espectador. La intrepidez queda varada. El interruptus no es una decisión mutua. El espectador desea más. Sorogoyen decide suprimir el enloquecimiento por un ramplón adiós. Insatisfactorio desenlace muy lejos de la multiplicidad de caminos que podría tomar el corto. Solo queda un hilo del que tirar. La exmadre merecía otro final, una escala para resurgir. Un momento de amor verdadero.

Un comentario en “Sorogoyen o la intrepidez truncada

  1. Fernando, muy bien, porque indicas el punto débil de la película: se lo juega todo al final, y ahí puede salir bien o mal. ¿Y por qué? Porque lo anterior, es decir, la película, está contada en forma de estampas, no son secuencias causales que te llevan una a otra sino que se juega a una especie de temporalidad suspendida, a que la historia se cuente or otros medios no narrativos (miradas, miedos, soledades). Y eso es una cosa que sí hay que decir a favor del director: ha roto con su estilo previo y con el estilo del corto. Aunque la conclusión sea la que tú sacas, con razón.

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